EL TOBOSO (TOLEDO) CASTILLA LA MANCHA

El Toboso con sus viñas y tres de sus iglesias

Ayuntamiento de El Toboso

Iglesia de San Antonio Abad

Se comenzó a construir en 1525, en sustitución de otro templo que ya existía en 1511 y del que se conserva un sillar con la fecha «1503».
Como dato curioso, cabe señalar que esta Iglesia es uno de los lugares que Miguel de Cervantes cita en El Quijote, concretamente en el capítulo IX, de la segunda parte, cuando dice: «Guio Don Quijote, y habiendo andado doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo: Con la iglesia hemos dado, Sancho».

Iglesia y vides




Ermita de San Sebastián y depósito de agua

Ermita de Santa Ana
Está situada fuera del pueblo, en un cerro despoblado. Los restos que se conservan nos hacen pensar que fue un edificio de estilo renacentista de planta de cruz latina con nave muy corta. Sus muros fueron gruesos y de mampostería, con sillar en esquina, y cubierta con armadura de parhilera.
Se conservan los cuatro arcos torales del crucero, así como parte del tambor que sujeta la cúpula.
Casa-Museo de Dulcinea
COCINA
DORMITORIO
La casa fue construida en la década de los sesenta. Es una reproducción de un caserón manchego del siglo XVI con las dependencias de labor en la planta baja,huerto trasero, curioso palomar. La cocina trata de recordar el ambiente doméstico de entonces.Los utensilios,objetos y enseres de la casa guardan palabras en desuso.."redina, cenacho, tumbillo, morillos etc....."

Torre del Monasterio de Monjas Trinitarias de El Toboso
El monasterio de las Monjas Trinitarias, es un Bien de Interés Cultural de España, ubicado en El Toboso (Toledo), fundado por Ángela María de la Concepción, monja trinitaria del monasterio de Medina del Campo, en 1680. En un tiempo de reformas en la Iglesia católica, el monasterio de El Toboso fue el primer monasterio de la nueva rama de Monjas Trinitarias Recoletas. El monasterio es de gran belleza arquitectónica al mismo tiempo que conserva la sobriedad propia de un cenobio. 
Campos de El Toboso (David Daguero)
Campos de vides
Iglesia de El Toboso
El Toboso desde la carretera de Quintanar
Cooperativa de vinos
Vieja tinaja en los campos de El Toboso
Escudo de El toboso
Escudo acolado a una cruz de Santiago, sin timbre ni adornos y de un solo cuartel: De plata, una cierva de su color acompañada de dos matas de toba florecidas, también de su color natural; en los cantones del jefe, las letras M y N y, en punta, V.
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Los orígenes de este municipio se remontan a la prehistoria, como demuestran los hallazgos arqueológicos encontrados. También existen vestigios de la época celtibérica. No existen evidencias que demuestren la existencia de un poblamiento romano, visigodo o musulmán.

El nombre del municipio aparece nombrado en documentos de 1338 y en 1353 forma parte del común de La Mancha. En 1390, Vasco Rodríguez concede a la villa un mercado franco y nombra entre sus vecinos al juez y alcalde. En 1468, El Toboso aparece en los censos de la Orden de Santiago y en 1480 el maestre de la Orden, Alonso de Cárdenas, al confirmar sus privilegios, le concede el título de villa. El siglo XVI es la época de mayor pujanza de la villa y de mayor repoblación.

El Toboso se hizo muy popular debido a la obra de Miguel de Cervantes Don Quijote de La Mancha, escrita en el siglo XVII, ya que era el lugar de residencia de Dulcinea. Ya en el siglo XIX, el toboseño Pablo Muñoz de la Morena fue uno de los héroes de la Guerra de la Independencia.

CAPÍTULO IX
Donde se cuenta lo que en él se verá

Media noche era por filo, poco más a menos, cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían y reposaban a pierna tendida, como suele decirse. Era la noche entreclara, puesto que quisiera Sancho que fuera del todo escura, por hallar en su escuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, mayaban gatos, cuyas voces, de diferentes sonidos, se aumentaban con el silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agüero; pero, con todo esto, dijo a Sancho:
—Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que la hallemos despierta.
—¿A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol —respondió Sancho—, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún pequeño apartamiento de su alcázar6, solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
—Señor —dijo Sancho—, ya que vuestra merced quiere, a pesar mío, que sea alcázar la casa de mi señora Dulcinea, ¿es hora esta por ventura de hallar la puerta abierta? ¿Y será bien que demos aldabazos para que nos oyan y nos abran, metiendo en alboroto y rumor toda la gente? ¿Vamos por dicha a llamar a la casa de nuestras mancebas, como hacen los abarraganados, que llegan y llaman y entran a cualquier hora, por tarde que sea?
—Hallemos primero una por una el alcázar —replicó don Quijote—, que entonces yo te diré, Sancho, lo que será bien que hagamos. Y advierte, Sancho, o que yo veo poco o que aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea.
—Pues guíe vuestra merced —respondió Sancho—: quizá será así; aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que es ahora de día.
Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos dado, Sancho.
—Ya lo veo —respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no me acuerdoIII, que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida.
—¡Maldito seas de Dios, mentecato! —dijo don Quijote—. ¿Adónde has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida?
—Señor —respondió Sancho—, en cada tierra su uso: quizá se usa aquí en el Toboso edificar en callejuelas los palacios y edificios grandes; y, así, suplico a vuestra merced me deje buscar por estas calles o callejuelas que se me ofrecen: podría ser que en algún rincón topase con ese alcázar, que le vea yo comido de perros, que así nos trae corridos y asendereados.
—Habla con respeto, Sancho, de las cosas de mi señora —dijo don Quijote—, y tengamos la fiesta en paz, y no arrojemos la soga tras el caldero.
—Yo me reportaré —respondió Sancho—, pero ¿con qué paciencia podré llevar que quiera vuestra merced que de sola una vez que vi la casa de nuestra ama la haya de saber siempre y hallarla a media noche, no hallándola vuestra merced, que la debe de haber visto millares de veces?
—Tú me harás desesperar, Sancho —dijo don Quijote—. Ven acá, hereje: ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que solo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?
—Ahora lo oigo —respondió Sancho—; y digo que pues vuestra merced no la ha visto, ni yo tampoco.
—Eso no puede ser —replicó don Quijote—, que por lo menos ya me has dicho tú que la viste ahechando trigo, cuando me trajiste la respuesta de la carta que le envié contigo.
—No se atenga a eso, señor —respondió Sancho—, porque le hago saber que también fue de oídas la vista y la respuesta que le traje; porque así sé yo quién es la señora Dulcinea como dar un puño en el cielo.
—Sancho, Sancho —respondió don Quijote—, tiempos hay de burlar y tiempos donde caen y parecen mal las burlas. No porque yo diga que ni he visto ni hablado a la señora de mi alma has tú de decir también que ni la has hablado ni visto, siendo tan al revés como sabes.

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